Los efectos del llamado mineral mágico pueden ser la antesala de enfermedades provocadas por otros materiales
Hay trabajadores que se van de su empresa con una placa de recuerdo y hay otros que también se van con silicosis. O con cáncer o con solo un pulmón o intoxicados o aquejados por un mal del que nunca oyeron hablar y que no figurará en la placa donde alguien le da las gracias por toda una vida dedicada al trabajo.
Son trabajadores que durante largos años han desempeñado su tarea en fábricas o ambientes insanos donde el aire teñía de negro la saliva que escupían. Lo hicieron sin que nadie les hablara de las consecuencias que tendría para ellos el polvillo que se levantaba tras sus pasos o los materiales que manipulaban. Nadie sabía que muchos no tendrían tiempo para saborear su jubilación.
Las enfermedades provocadas por el amianto han abierto la brecha, pero detrás acechan otros síntomas y materiales que regresan al cabo el tiempo para recordar que después de una vida laboral puede haber algo más que una pensión. A finales del siglo pasado, un sistema de información internacional denominado Carex (Carcinogen Exposure) sirvió de base para realizar las primeras estimaciones publicadas para la UE y España sobre exposiciones laborales a carcinógenos. Las conclusiones fueron más que preocupantes: en el período 1990-93 alrededor de 32 millones de trabajadores (23% de los empleados) en los 15 países de la UE y 3,1 millones en España estaban expuestos a algún agente cancerígeno.
El sistema Carex detectó que las exposiciones más comunes en España fueron la radiación solar (1.084.000 trabajadores expuestos al menos un 75% del tiempo de trabajo), el humo de tabaco ambiental (670.000 personas), el sílice cristalino (405.000) el polvo de madera (398.000), radón y sus productos de desintegración (280.000), humos de escape de motor Diesel (274.000), el plomo y compuestos inorgánicos de plomo (103.000), la fibra de vidrio (90.000), el benceno (90.000) y el dibromuro de etileno (81.000). Alrededor de 55.000 personas estuvieron expuestas al amianto.
Un tejado de uralita
Una de estas personas es Félix Casado. Tomó conciencia de los peligros del entonces conocido como mineral mágico en 1992, cuando varios técnicos de prevención de riesgos entraron en la empresa donde instalaba componentes eléctricos y desmantelaron un tejado de uralita, un producto que contiene amianto. «Yo ya había oído algo pero no creía que fuera para tanto. Fue ese día cuando me di cuenta de que ese material era malo, me vino a la cabeza que igual me pasaba algo pero pensé que a mí no me podía ocurrir».
Félix nunca sabrá si para entonces ya era demasiado tarde. Después de media vida respirando «el desecho que nos mandaban los americanos» es difícil averiguar en qué momento un pulmón cede ante la realidad. «En febrero de 2011 empecé a sentir dolor en el pecho y lo que parecía una neumonía se convirtió en un tumor», afirma. Hace exactamente un año le extirparon el pulmón derecho.
Félix Casado vive en Lazkao, tiene 62 años y su biografía laboral comenzó en 1964. Tenía 14 años cuando entró en Aristrain, donde trabajó como electricista hasta que en 1972 dejó la empresa para entrar en varios talleres y en una forja. En 1993 se hizo autónomo y así se mantuvo hasta que el pecho empezó a dolerle.
«He trabajado con todo lo que tenía que ver con el amianto. Usábamos placas, cordón, cinta, todo era para aislar; no nos daban mascarillas ni guantes. Se decía que era un material muy bueno». Félix reconoce que fumaba pero también recuerda que el humo del cigarro que aspiraba se mezclaba «con el polvo de acería y de mil sitios». «Entonces se respiraba lo que había, ni para los hornos había aspiraciones, toda la mierda se iba para el ambiente».
Después de muchos trámites y rechazos administrativos, la Seguridad Social le acaba de reconocer la incapacidad absoluta por enfermedad profesional, lo que le abre la posibilidad de reclamar a su antigua empresa el recargo de prestaciones y una indemnización. Es un logro, aunque también llegue tarde. Con un pulmón menos Félix ya ha alcanzado el fin de su vida laboral. «Ahí ando, me canso mucho y subir escaleras me sofoca. No puedo caminar ni hablar a la vez», dice.
El amianto fue prohibido en España en 2002 aunque sus consecuencias mortales tardarán en desaparecer. El Instituto Vasco de Seguridad y Salud Laborales-Osalan mantiene abierto en la actualidad un registro voluntario en el que se recogen los casos de 5.719 trabajadores que han podido estar expuestos al amianto para la vigilancia de su salud. De ellos, 4.254 ya han terminado su vida laboral.
La punta del iceberg
Jesús Uzkudun, secretario de Salud Laboral y Medioambiente de CC OO, y un auténtico referente para las personas afectadas, calcula que «hasta 2030 habrá en Euskadi entre 8.000 y 10.000 muertes por culpa del amianto». Esta amenaza, que no es exclusiva del País Vasco, puede provocar a su juicio «una catástrofe sanitaria y económica» que se verá agravada por la aparición de enfermedades generadas por otro tipo de materiales con los que muchos trabajadores estuvieron en contacto hace años. «Lo del amianto es la punta del iceberg, nos enseña el futuro», advierte.
El porvenir, según Uzkudun, es la proliferación de problemas de salud ligados a productos concretos. Se trata de una especie de juego de parejas en el que siempre pierden los jugadores: hidrocarburos aromáticos y cáncer de vejiga; bencinas y cáncer testicular; humos de soldadura y enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), polvo de madera y cáncer de fosas nasales; rayos X y cáncer de tiroides… «Lo que está subiendo de forma terrible en Euskadi son los casos de silicosis causados por el polvo de sílice presente en el mármol artificial o la arena de fundición», asegura Uzkudun.
De esta enfermedad sabe mucho Javier Salaberria, a quien se la detectaron el 21 de diciembre de 2011. Tiene 77 años, reside en Errenteria y, al igual que Félix Casado, también comenzó a trabajar con 14 años de edad. Lo hizo en «una cestería donde se tragaba polvo», y siguió tragándolo en la serrería del puerto de Pasajes donde le contrataron pocos años después. «El 14 de febrero de 1958 entré en Luzuriaga, donde estuve 32 años. Montábamos cilindros y los fundíamos, también empezamos a desmoldear; se levantaba mucho polvo».
Javier está pendiente de juicio porque en el Instituto de Silicosis de Oviedo, donde tuvo que ir para que le diagnosticaran la enfermedad, propusieron que le concedieran la incapacidad absoluta, pero la Seguridad Social quiere darle la incapacidad total, lo que supone cobrar menos pensión.
Tiene esperanza, que es lo que no le sobra al irunés Paulo Urtizberea, a quien los problemas de salud se le empezaron a acumular pocos años después de que en 1980 empezara a trabajar en una máquina de electroerosión por hilo. Está de baja en su empresa desde mayo de 2011, tiene 54 años y una larga lista de males que ha escrito en un papel para que no se le olvide ninguno. «Tengo problemas con la boca, que está muy mal y el dentista me hace injertos quitando tejido del paladar, me falla el equilibrio, tengo temblores, dolores de cabeza, problemas hepáticos y pérdida de memoria».
Nadie sabía exactamente qué es lo que le ocurría a su cada vez más deteriorado cuerpo hasta que acudió a un especialista de Jaca que le dio por fin un diagnóstico. «Nada más reconocerme me dijo que estaba intoxicado por mercurio».
Paulo se pone nervioso cuando se le pregunta si le importa que le hagan fotografìas. Se niega rotundamente y después comienza a hablar de números y mediciones que lleva por escrito para no olvidarlos. Cuando le hablaron del mercurio se hizo pruebas que revelaron que en su organismo había algo que no tenía que estar allí. «La primera analítica con casi tres meses de baja me dio 27,8 de mercurio y tengo otras que me dan hasta 62», explica. El límite legal de mercurio inorgánico en sangre medido al final de una semana laboral es de 15 microgramos por litro.
Cuenta con informes médicos que sostienen que padece lesiones compatibles por intoxicación con vapores de mercurio y advierten de que el cuadro se agrava cada vez que vuelve al trabajo. Sin embargo, la Administración está poniendo trabas para que sus dolencias se reconozcan como enfermedad profesional. «No quieren valorar las analíticas porque dicen que los tubos pueden estar contaminados a pesar de que me las han hecho en cuatro laboratorios de prestigio», se queja Paulo, que tiembla cuando recuerda su respuesta al médico que le preguntó si está en condiciones de volver al trabajo. «Le dije que no me quiero morir».
No es solo el amianto, insiste Jesús Uzkudun. Durante décadas los trabajadores han estado en contacto con sustancias tóxicas sin saberlo y ahora, con reconocimiento oficial o no, comienzan a verse las consecuencias. «Estamos en el inicio», advierte el sindicalista.
Fuente: diariovasco
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